Al más puro estilo cinematográfico veo una y otra vez cómo la noticia del “escupitajo “ inunda nuestra vida cotidiana y política; e irremediablemente mi cabeza se va a la escena del camarote de los hermanos Marx.
Salgo al balcón y veo una calle que después de años de promesas e incluso ¡un proyecto a las puertas!, sigue igual, sin aceras y con farolas más que remendadas.
Miro a mi izquierda y al fondo veo pasar el autobús hacia la parada de la calle Calvario, y recuerdo las veces que he ido a esa triste e ineficaz parada, un simple palo con el horario y recorrido incapaz de leer, ¡Cómo me gustaría que las más de seis mil personas que vivimos (rodeados de colegios e institutos) tuviéramos unas marquesinas que nos resguardarán de la lluvia y el sol!, bueno y ya unos autobuses puntuales y adecuados en tamaño y compromiso medio ambiental…, bueno ¡eso sería…!
Mi mirada ahora se fija en el instituto, y pienso en la cantidad de adolescentes que viven en nuestros barrios. ¡Que bueno sería que se pudieran abrir esos institutos por las tardes y fines de semana, transformarlos en un espacio no sólo de estudio sino de ocio, deportes, apoyo escolar, biblioteca, un espacio donde los jóvenes puedan sociabilizar y desarrollar sus inquietudes en música, deporte, literatura, pintura, nuevas tecnologías, etc.
Desde mi balcón mi mirada esta vez hace un recorrido por el edificio del Cortijo Miraflores, la torre de la Iglesia, el faro, el edificio Skol y aunque no los veo físicamente se me viene a ese grupo la urbanización la Virginia, y los hoteles Puente Romano y Marbella Club, mi inconsciente me recuerda mis modelos de desarrollo turístico y de ciudad. ¡Me encanta!, no lo puedo remediar.
Cuando mi mirada se clava en la torre de la Encarnación, recuerdo mis años de colegio en Monseñor Rodrigo Bocanegra y mis clases de guitarra en las monjas. Pero sobre todo recuerdo esa majestuosa muralla del castillo. La primera vez que entré al Convento de los Trinitarios me pareció un sitio mágico, desgraciadamente con el paso de los años lo poco que queda en pie, sigue esperando a que se recupere su magia. Por la misma época se había levantado el suelo de la Iglesia de la Encarnación y, ¡oh! Allí estaba, un cementerio, creo recordar que dijeron que era musulmán. Finalmente aquello se tapó y hasta hoy.
El Castillo, el Convento de los Trinitarios , el Trapiche del Prado, y tantas casas y edificios a proteger… Y si los recuperáramos como espacios educativos y culturales. ¡Qué bueno sería!
Veo el barrio de Miraflores, ¡mi barrio!, me siento como pez en el agua, cualquier barrio de Marbella tiene su genial singularidad. Tiendo a imaginar cómo me gustaría que fueran en el futuro. Mientras me tomo uno de los mejores espetos en El Cordobés, pienso en lo poco que queda del Puente Málaga. Debo de ser muy despistada porque la fuente no consigo verla. De camino a por el helado miro la calle Nabeul y creo definitivamente que me gusta con más árboles y con plantas enredaderas en sus pérgolas, uno de mis grandes placeres en verano es sentarme en una terraza con jazmines o dama de noche, además de ser un buen antimosquito es una delicia el olor que te envuelve.
¡Cómo me gusta ir los sábados al mercado de Divina Pastora!, me imagino sus calles como espacios dónde los bancos, jardines, árboles y parques infantiles sean algunos de los protagonistas, un espacio dónde los pequeños vehículos eléctricos trasladen de una manera fluida a los vecinos y vecinas a las puertas de sus casas desde los nuevos garajes reubicados, un espacio que invite a andar, un carril bici, un espacio para sociabilizar.
Pienso entonces en Miraflores y en todas sus plazas usurpadas a los vecinos por nuestros coches, sonrío y me pregunto si realmente aplicamos la lógica. Me cuesta creer que todavía no nos pongamos a pensar y a trabajar en humanizar nuestros barrios, no sólo asfaltar y cambiar baldosas, sino en transformar nuestras calles y nuestras plazas en verdaderos espacios donde “convivir”, buscando mejorar nuestro entorno más cercano, más cotidiano.
De repente mi cabeza deja de pensar de golpe y porrazo, vuelvo a escuchar el debate del “escupitinajo”, y mi cabeza vuelve al camarote de los Hermanos Marx.
No sé si reír o llorar.
Fabiola Mora es cofundadora de Impulsa Ciudad, socia de Marbella Activa y activista social.