[vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]Me comentaba en una ocasión mi amiga Julia que para ella Marbella era una ciudad que siempre iba por detrás. Una ciudad lenta y sin músculo. Si fuera una persona, un coach le diría que le faltaría proactividad y asertividad. Le sugerí un apelativo que le gustó y que ha terminado dando título a esta amalgama de palabras e ideas.
Y le tengo que dar toda la razón, Marbella es una ciudad dormida que no termina de despertar de un dulce letargo. Es un lugar con un enorme potencial que debería estar por delante en multitud de aspectos: sostenibilidad, turismo, cultura, movilidad, innovación, nuevas tecnologías, gestión del talento y un largo etcétera.
Si algo ha marcado a esta ciudad de forma determinante en los últimos tiempos ha sido el ser una ciudad con estrella. Como un rico heredero de apellido ilustre y vida loca que goza de sus privilegios mientras el dinero dura y que no se siente obligado a mantener su fortuna familiar sino a exprimirla hasta lapidarla.
Marbella me parece eso, una heredera de su propia fama, de una marca forjada en una época de glamur que ya no volverá más. Como no volverá nunca ese maravilloso mundo perdido que les fascinaba y por el que llegaron tantos visitantes ilustres. Una época aquella de oropeles de la que seguimos viviendo en usufructo bajo los efectos del peor opiáceo posible: el «éxito». Algo que nos ocurre igualmente a las personas; no evolucionamos en los éxitos, sino en los fracasos y avatares de la vida, si sabemos afrontarlos. Cuando a una persona le va muy bien en la vida, como a la gran mayoría, se limita a disfrutarlo.[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]No somos muy conscientes de que los turistas no llegan por nuestros exiguos méritos. Nos visitan a pesar de nuestras playas, del urbanismo especulativo, de sus gobiernos y desgobiernos, de la falta de cuidado de su paisaje urbano, del malogrado patrimonio que nunca terminamos de enlucir, de sus infraestructuras obsoletas, de su modelo de movilidad, de su castigado paisaje natural, de su oferta cultural o de su excelencia casposa. No nos engañemos, vienen atraídos aún por su nombre y por carambolas del destino. Marbella entona una música mágica que nos encanta, nos sume en un trance hipnótico —a propios y extraños—que un día desgraciadamente se romperá.
Como nos decía nuestro poeta Antonio Machado: «si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar».
Solo pienso y sueño que mi ciudad abandone para siempre los dominios de Morfeo.
Artículo publicado originalmente en agosto de 2017 en el número 3 de la revista cultural La Garbía.
Javier Lima Molina es economista, presidente de Marbella Activa y miembro cofundador de Impulsa Ciudad.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]