“Todos los políticos son iguales”, solemos decir para justificar nuestra sobrada razón para no acudir a las urnas, para dar a entender nuestro profundo conocimiento del panorama político y, tal vez, para mostrar nuestra propia superioridad moral frente a los que, tarde o temprano, imaginamos manchándose las manos con el poder. Y nos quedamos tan a gusto. Nuestro interlocutor no suele oponerse a tan finísimo argumento, so pena de resultar sospechoso de partidismo o de otras aviesas intenciones que, vete tú a saber, lo que pretendes con un argumento distinto.
Pese a todo, me voy a arriesgar y le voy a dar la vuelta al argumento, sabiendo que el pueblo soberano me tirará a los leones y encontrará la razón profunda que me hace pensar así. Alguien dirá de mi una ocurrencia graciosa y todos asentirán con una sonrisa. ¿Se pararán a pensar en mi argumento? Seguramente no, eso no es lo que se lleva. De todas formas, ahí voy: “la mayoría de los votantes somos iguales”. Pues ya está, ya lo he dicho. Somos iguales porque no nos molestamos en valorar lo que nos prometen ni estamos dispuestos a mirar qué han hecho estando en el poder. Tampoco nos molestamos en conocer cuáles son las necesidades que tenemos como pueblo, ni siquiera como barrio. De vez en cuando, vemos gente que protesta porque se talan los árboles o porque faltan plazas escolares o porque los espigones se quitaran; pero, la verdad sea dicha, no nos molestamos mucho en forjar una opinión con cierto fundamento. Además, para eso están los políticos, que para eso se les paga y se les paga muy bien. Claro, como son ellos mismos los que se fijan el sueldo. ¿Te has fijado en la cantidad de directores generales que tenemos? ¿Sabes que algunos cobran más que un ministro? Bla, bla, bla,… Cultura de la queja, de la queja fácil, de esa que solo repite lo que oye, sin molestarse en fundamentar una opinión.
Y los políticos lo saben. Saben que la mayoría de los votantes somos iguales, saben que no nos vamos a molestar en fundamentar una opinión y que nos movemos más por cuestiones emotivas y por mensajes mil veces repetidos que tienden a convertir en verdad lo que no lo es. Hemos llegado a tal grado de credulidad que ni siquiera nos hemos dado cuenta de cuántas veces nos han contado lo mismo sobre los proyectos del Faro y el Museo de la ciudad. No me cabe duda alguna de lo mucho que tienen que sonreír nuestros concejales en algunas de sus reuniones.
Tomemos, por ejemplo, a nuestra alcaldesa. Tiene una especial habilidad para estar en casi todas las reuniones llamativas de cofradías, amas de casa, clubes deportivos, asociaciones…Va, se hace la foto con una amplia sonrisa y promete ayudar con equipaciones, locales para reunirse, dinero para mejorar sus instalaciones… No importa que no tengamos un estadio en condiciones y que nuestros atletas tengan que entrenar en Estepona, no importa si hay que cerrar una sala de lectura para pagar el favor a esas amas de casa, no importa si no se puede andar por los invadidos espacios de bares y restaurantes… Ella está ahí para conseguir los mejores resultados para su partido: lo que importan son los resultados electorales y adular al pueblo es el mejor medio de obtener su voto. Sabe también que la gente valora lo “ordenadita” que ha quedado esa calle y lo bonita que han puesto esa rotonda. Y, por si fuera poco, siempre se puede ofrecer un contrato del ayuntamiento a aquellos que manejan ciertas redes sociales para que funcionen a su favor. Hay que reconocer esa especial habilidad para multiplicarse y para convertir en favor de su partido lo que era de justicia. Muchas veces he oído eso de: “verás como nuestra alcaldesa nos echa una mano y vuelve a haber cafetería en este hogar del pensionista” “¡Qué cercana es nuestra alcaldesa, mira que prestarse a venir a tu homenaje!” “Tenemos esta equipación gracias a ella”… Eso son detalles y no los de esa gente que quiere un plan de ciudad y que pretende asustarnos con el cambio climático.
Si los votantes conociéramos mejor nuestros derechos, no harían falta favores; si los votantes empezáramos a forjar una opinión crítica sobre lo que nos rodea, sabiendo que esta democracia depende de cada uno de nosotros, los políticos tendrían que tomarse más en serio su trabajo. No le des más vueltas: la mayoría de los políticos son iguales porque la mayoría de los votantes somos iguales.
Dentro de muy poco volveremos a tener el poder en nuestras manos y nos volverán a arrullar con bonitas promesas y a agitar nuestro miedo si dejamos que llegue al poder gente sin capacidad de gestión que pueda poner en peligro nuestro pequeño paraíso. Va siendo hora de dar un paso adelante, de que todos los que tenemos algo que decir, de que todos los que queremos una ciudad más amable para nuestros hijos y nuestros nietos, digamos sin miedo lo que tenemos que decir y hagamos algo por nosotros mismos en favor de esta ciudad y de las personas que la habitamos, sin pedir nada a cambio. Abandonemos de una vez esta cultura de la queja fácil, este sentimiento de que nada se puede hacer para cambiar esa red clientelar que se ha tejido en torno al ayuntamiento y vamos a implicarnos por lo que de verdad pensamos y podemos aportar: seguro que encontraremos la forma de hacerlo. No dejemos pasar nuestro momento ni dejemos al azar nuestro futuro y el futuro de nuestros hijos y de nuestros nietos. Ahora es tu momento: no lo dejes pasar.
Paco Cervera es profesor de Historia y presidente de impulsa Ciudad.